CAPÍTULO XII
MARCELINE DESBORDES VALMORE
Marceline Desbordes-Valmore, poetisa, actriz y cantante francesa.
Douai, 30-06-1786; París, 23-07-1859.
Paul Verlaine escribió que Marceline era digna -par son obscurité
apparente mais absolue- de figurar entre los Poetas Malditos, y que
al lado de George Sand, Safo y Santa Teresa, eran las únicas mujeres de genio y
talento de ese siglo, y de todos los siglos.
De sus dos primeras relaciones tuvo dos hijos que murieron muy pronto:
Louisa, hija de Louis Lacour, fallecida poco después del parto, y Marie-Eugène,
hija de Eugène Debonne, muerta a los cinco años. Posteriormente se casó con el
actor François Prosper Lachantin (Valmore), con quien tuvo cuatro hijos, de los
cuales solo uno la sobrevivió. El otro murió recién nacido y su hija Inés murió
en la adolescencia. Ondine, la otra hija, falleció a los 31 años, después de
haber perdido también un hijo. No sorprende, entonces, que la muerte esté
presente en buena parte de su poesía.
También mantuvo una apasionada relación con el escritor Henri (Hyacinthe
Thabaud) de Latouche, quien durante algún tiempo pensó que Ondine, llamada
Marceline Junie Hyacinthe, era hija suya.
En 1819 se publica su primera recopilación, Les Élégies, Marie
et romances, a la que siguieron otras sin mucho éxito, hasta que en 1830
apareció Poésies, que le permitió hacerse un nombre en el mundo
literario. Escritores de la talla de Verlaine, Lamartine, Louis Aragon, Balzac,
Dumas, Sainte-Beuve, Baudelaire, entre otros, expresaron su admiración sin
reservas por la poesía de Marceline.
Además de unos cuantos libros de poesía, Marceline Desbordes-Valmore
escribió varios cuentos para niños y la novela autobiográfica L’atelier d’un
peintre: scènes de la vie privée.
Sin embargo, los últimos años de su vida se caracterizaron por las
dificultades para publicar sus escritos. En 1843 apareció Bouquets et
prières, y su última recopilación, Poésies inédites, vió la luz sólo
después de su muerte.
Sus restos reposan en el Cementerio de Montmartre en París. Allí, sobre un medallón de bronce con su efigie se leen algunos de sus versos:
Nada le pido a la
multitud que pasa;
precisa el corazón
lastimado poco ruido, poco espacio;
y desde mi profundo
socavón, sin un sollozo,
espero recorrer los
siglos al lado de la muerte.
Marceline escribió a su vez el epitafio para su hija Ondine, también poetisa que murió en sus brazos consumida por la tuberculosis:
Aún no habías sembrado
tu corona de estrellas
sobre el callado
espejo del río de tus días.
Con tus primeros
sueños la hora te ha llegado
y tu fresco recuerdo
brillará para siempre.
SEPARADOS - (Les séparés - N’écris pas)
No me escribas. Estoy triste y quisiera apagarme.
Sin ti la belleza del verano es como noche sin lumbre.
He
cerrado mis brazos que ya no pueden alcanzarte,
e
invocar mi corazón es invocar la tumba.
¡No me
escribas!
No me
escribas. No aprendemos que estamos para morir.
Pregunta
solo a Dios… a ti, ¡cómo te amaba!
Desde
el fondo de tu ausencia, escuchar que me amas
es
escuchar el cielo sin poder alcanzarlo.
¡No me
escribas!
No me
escribas. Te temo; tengo miedo de mis recuerdos
que han
guardado tu voz y a menudo me llaman.
No
muestres agua viva a quien no puede beberla.
Unas
letras amadas son un retrato vivo.
¡No me escribas!
No me
escribas esas dulces palabras que no me atrevo a leer:
Parece
que tu voz las esparce sobre mi corazón
y las
veo arder a través de tu sonrisa;
como si
un beso las grabara sobre mi corazón.
¡No me escribas!
UNA CARTA DE MUJER - (Une lettre de femme)
Las mujeres, lo sé, no deberían
escribir;
escribo, sin embargo,
para que, desde lejos, puedas
leer en mi corazón,
como si partieras.
No trazaré nada que ya no esté en
ti
mucho más bello:
una palabra dicha cien veces,
viniendo de quien amamos
parece nueva.
¡Que te lleve felicidad!; yo,
sigo esperando,
y aunque lejos,
siento que voy a donde estés,
para ver y escuchar
vagar tus pasos.
No te desvíes, si pasa una
golondrina
por el camino,
creo que soy yo el que pasa,
fiel,
a tocar tu mano.
¡Tú te vas, todo se va! Todo
emprende viaje,
luz y flores;
te sigue la belleza del verano;
quedo a merced de la tormenta
cargada de lágrimas.
Pero si uno vive sólo de
esperanza y zozobras,
al dejar de verte,
compartámoslo bien: yo conservo
las lágrimas,
tú guarda la esperanza.
Tan unida estoy a ti, que no, no
quisiera
verte sufrir:
desear el dolor al ser amado,
es odiarse.
CITAS
- ¡No he sabido sino amar y sufrir: mi lira es mi alma! (MDV).
- Mientras podamos dar, no podemos morir. (MDV).
- ¡Ah!, el infierno está aquí; el otro me da menos miedo:
pero el purgatorio inquieta mi corazón.
(MDV en Les Sanglots).
- Jamás poeta alguno fue más natural; ninguno fue jamás menos artificial. Nadie ha podido imitar ese encanto, porque es completamente original y nativo. (Baudelaire, en Marceline Desbordes-Valmore).
- Sus cantos guardan siempre
el tono delicioso de la mujer; ningún préstamo, ningún ornamento ficticio, nada
aparte de l’éternel féminin, como decía el poeta alemán. (Idem).