CAPÍTULO L - HENRY SCOTT HOLLAND

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CAPÍTULO L

HENRY SCOTT HOLLAND


Henry Scott Holland, poeta, teólogo, predicador y reformador social británico.

Ledbury, Herefordshire, 27-01-1847; Oxford, 17-03-1918.

Fue educado inicialmente en Eaton y posteriormente en el Baliol College de la Universidad de Oxford, donde obtuvo el First in Greats, uno de los más altos honores académicos de la institución. 

Impresionados por sus sobresalientes actividades académicas, le ofrecieron un cargo docente en el Christ Church College, donde además encontró tiempo para publicar varios libros y visitar los suburbios de Gran Bretaña. Descubrir esta realidad lo impactó grandemente y empezó a trabajar en favor de las Mission Houses, organización que buscaba construir casas que servirían de puntos de contacto entre la comunidad académica y las clases menos favorecidas.

En 1884 dejó la Universidad de Oxford y se convirtió en canónico de la Catedral de San Pablo. Su experiencia con los problemas sociales de Londres lo convenció de que la Iglesia de Inglaterra necesitaba cambiar.

En 1889, en su controversial libro Lux Mundi, argumentaba que el cristianismo debe ser experiencia, no contemplación. Sugirió que la Iglesia necesitaba rechazar las "viejas verdades" y "entrar en una comprensión de los nuevos movimientos sociales e intelectuales del presente". Señaló que “las calles de Londres huelen a miseria humana" y la Iglesia ya no podía permitirse el lujo de ignorar este sufrimiento. Defendió una reforma radical, o lo que él llamaba la "cristianización de la estructura social mediante la cual todos los hombres viven de acuerdo con los principios de la justicia divina y la fraternidad humana".

Scott Holland formó parte del grupo llamado PESEK (Politics, Economics, Socialism, Ethics and Christianity), que investigaba los problemas sociales y sostenía que la causa de la pobreza urbana era la “explotación de las clases trabajadoras” por el sistema capitalista.

 

En opinión de Holland, las empresas capitalistas modernas no tenían conciencia y, por tanto, estaban actuando inmoralmente. Según Holland, capital y trabajo deberían ser fuerzas cooperantes y compartir un objetivo común, pero el sistema las había convertido en rivales desiguales. La solución de Holland para este problema era la regulación estatal. Sólo el estado era lo suficientemente poderoso como para "provocar, dirigir, supervisar, capacitar, y regular las acciones" de capital y trabajo. El papel de la Iglesia anglicana, declaró Holland, debe ser convencer a la sociedad de que "el deber hacia Dios y el deber hacia el hombre son la misma cosa."

En 1889 creó la Christian Social Union (CSU), para encausar este nuevo evangelio social e “investigar las áreas en las que la verdad moral y los principios cristianos podrían aliviar el desorden social y económico de la sociedad”.

Capítulos locales de la CSU se establecieron en toda Gran Bretaña.

En 1897 la Unión Social Cristiana también publicó un periódico, Commonwealth, que abrió un foro de debate sobre religión y reforma social. El diario molestó a los dirigentes del Partido Liberal, cuando afirmó que el partido había fallado en la protección laboral frente al capitalismo. Commonwealth sugirió que los liberales ricos que no mostraron simpatía por los pobres debían ser expulsados ​​del partido.

Por otra parte, Commonwealth llevó a cabo una investigación sobre las injusticias sociales en temas de vivienda, contaminación y bajos salarios. También publicó un gran número de libros y folletos que sugerían soluciones a los problemas de las clases pobres. Esto incluía un salario mínimo y beneficios sociales para los desempleados.

En 1910 Holland regresó a la Universidad de Oxford como profesor. Su salud se deterioró después de 1914 y se le restringieron sus actividades laborales. Murió cuatro años después y sus restos reposan en la Catedral de San Pablo en Londres.

Sobre su tumba solamente se leen su nombre y fechas.

 


LA MUERTE NO ES NADA

(Estas palabras forman parte de un sermón que pronunció en 1910, cuando era canónico de la Catedral de San Pablo, tras la muerte del rey Eduardo VII).

 

La muerte no es nada.

Solamente me he pasado a la siguiente habitación.

Yo soy yo y tú eres tú.

Cualquier cosa que hayamos sido el uno para el otro,

todavía lo somos.

Llámame por mi viejo nombre de familia.

Háblame con la misma naturalidad 

con que solías hacerlo.

Que no haya diferencia en tu acento.

No uses un fingido aire de solemnidad o de lamento.

Ríe como reíamos siempre

con las pequeñas bromas que disfrutamos juntos.

Juega, sonríe, piensa en mí, reza por mí.

Deja que mi nombre sea siempre 

la palabra cotidiana que siempre fue.

Pronúncialo sin fingir,

sin que haya una huella de tristeza.

La Vida tiene el mismo significado de siempre.

Es la misma de siempre.

Hay absoluta y total continuidad.

¿Por qué deberías olvidarme

porque no me ves?

Estoy esperando por ti, 

por un espacio, 

en algún lugar cercano,

justo a la vuelta de la esquina. 

Todo está bien.

Nada está herido; nada se pierde. 

Un breve momento y todo será como era antes. 

¡Cómo nos reiremos de la molestia de separarnos 

cuando nos volvamos a encontrar!