CAPÍTULO LXXII - MARY PYPER
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CAPÍTULO LXXII
MARY PYPER
Mary Pyper, poetisa escocesa autodidacta.
Greenock, Renfrewshire, 27-05-1795; Edimburgo, 25-05-1870.
Era hija única de
humildes padres escoceses. Su padre era un relojero, llamado Alexander Pyper,
que se había casado con Isabella Andrews, ambos nativos de Edimburgo. Al no
poder obtener un empleo regular en su ciudad natal, los padres de Mary se
trasladaron hacia el oeste en busca de trabajo. Mary Pyper, en una carta
autobiográfica, dirigida al reverendo Charles Rogers, afirma que “su padre se
alistó en el regimiento 42 Highlanders, debido a que no pudo encontrar
empleo”.
Alexander, al salir de Dublín hacia Inglaterra, tropezó y se fracturó la pierna. El accidente lo dejó incapacitado para el servicio activo y fue dado de baja. No sobrevivió mucho tiempo, y a la edad de seis meses, Mary Pyper quedó huérfana.
Imposibilitada para asistir a la escuela debido a sus recurrentes enfermedades, Mary estudió Historia y Literatura en casa y recibió educación adicional de su propia madre. Aprendió a elaborar encajes, pero su frágil salud no le permitió trabajar en la industria, y ella y su madre sobrevivieron fabricando botones y trabajando en una tienda de adornos en Edimburgo.
En sus largas vigilias, Mary se familiarizó con algunos autores célebres como Shakespeare, Milton, Scott y Cowper. A partir de estas lecturas, empezó a escribir poesía y encontró en ella consuelo y “un placer no pequeño”.
En 1847 apareció Selected
Pieces, el primero de sus dos volúmenes de versos.
En 1860, gracias
al patrocinio del impresor y editor Thomas Constable consiguió publicar un
pequeño volumen de poemas que tuvo muy buena acogida y un par de himnos fueron
publicados en las páginas de Lyra Britannica.
Mr. Henry Wright,
compilador de la obra Lays of Pious
Minstrels, escribió en el prefacio: “Llamo la atención de mis lectores
hacia los poemas Let me go, Servant of
God, y We Shall see Him as He is, composiciones
de Miss Mary Pyper…, de muy avanzada edad, muy sola en el mundo, totalmente
ciega, y en extrema pobreza”.
Estuvo confinada
en su cama durante los últimos seis años de su vida a causa de su mala salud,
algunas lesiones tempranas y la pérdida de la visión en su vejez.
En una carta autobiográfica,
le escribió al Reverendo Charles Rogers: “Hace unos diez años, trabajando en la
iglesia de nuestra escuela me caí y me rompí un brazo. Ocho meses después,
pintando mi casa me fracturé la espalda, y el año pasado me caí en la nieve y
resulté gravemente herida en la cabeza.”
Sus amigos le
ayudaron a sobrellevar sus dificultades, que ella soportó estoicamente gracias
a su fortaleza cristiana.
A pesar de la
aceptación de su primer libro, no hubo para ella mayores dividendos en dinero.
En 1865 se publicó una recopilación de sus poemas, extraordinariamente exitosa,
cuyos ingresos le permitieron soportar bastante mejor las amarguras de sus
últimos años.
Es admirable la belleza de su poesía, considerando que no tuvo una educación formal y, adicionalmente, debió enfrentarse a tantas adversidades.
Sus cenizas
reposan en el Cementerio de la Iglesia de Greyfriars, Edimburgo. El epitafio es
una estrofa de su poema La visión
cristiana de la muerte:
¡Dejadme ir! El día está
asomando;
y la mañana estalla en mis
pupilas,
este cuerpo mortal la muerte
agita,
¡pero jamás el alma morirá!
LA VISIÓN CRISTIANA DE LA MUERTE - (The Christian’s View of Death)
¡Dejadme ir! El
día está asomando;
y la mañana
estalla en mis pupilas,
este cuerpo mortal
la muerte agita,
¡pero jamás el
alma morirá!
¡Dejadme ir! El Sol, esplendoroso,
tiñe de oro los radiantes reinos;
la gloria que me invade y me ilumina,
me conduce a la Tierra del Amor.
EPITAFIO: UNA VIDA - (Epitaph: A Life)
Nací en la
madrugada y era la primavera,
la risa,
y la campiña que en verde se vestía;
llegado
el mediodía vagué por
dondequiera,
y apareció el verano con toda su alegría.
Era mi vida plena;
el otoño asomaba,
y lloré con el
llanto de la melancolía;
las
sombras de la noche cayeron; reposaba,
y a los primeros
copos del invierno, dormía.
AL VER A
DOS NIÑAS REGALAR UNA FLOR A UN MORIBUNDO
(On Seeing Two Little Girls Present a Flower to a Dying Person)
(Fragmento
inicial)
Ven, siéntate junto a mi lecho de muerte,
con esa hermosa flor de verano;
que pueda aspirar su aliento balsámico
antes de
mi hora final.
La pureza virginal del lirio,
el rico perfume de la rosa,
me hablan con voz emocionante,
preparando
la tumba.