CAPÍTULO XXV
GIACOMO LEOPARDI
Giacomo Taldegardo
Francesco di Sales Saverio Pietro Leopardi, poeta, ensayista, filólogo y filósofo
italiano. Junto a Dante y Petrarca, una de las tres grandes y memorables figuras
de la poesía italiana.
Recanati, Marcas, 29-06-1798; Nápoles,
14-06-1837.
Pietro
Giordani, su entusiasta admirador que viajó a Recanati solo para conocerlo y
luego se convirtió en uno de sus pocos amigos, lo definió como “supremo escritor de filosofía y de
poesía, comparable solamente con los griegos.” (Scrittore di filosofia e di poesia altissimo, da paragonare solamente
coi Greci.)
Giacomo Leopardi era el mayor de los hijos del Conde
Monaldo y la Condesa Adelaida Antici, aristócratas en decadencia, seres
contradictorios y mezquinos que levantaron una familia donde no hubo ninguna
libertad, ni afecto, ni caricias, ni calor humano; solo reproches, privaciones
y mano dura.
Durante los seis años siguientes nacieron
sus hermanos Carlo, Paolina y Luigi.
Es
difícil imaginar una vida más triste, dolorosa, pobre, solitaria e
incomprendida, en un hombre de tan altas virtudes intelectuales y personales, y
de una sensibilidad tan exquisita.
La férrea disciplina que le impusieron
sus padres, marcó para siempre su vida y las relaciones con su entorno. En ese
ambiente asfixiante y con una biblioteca de veinte mil volúmenes, se dedicó al
estudio con tanta devoción que arruinó permanentemente su salud cuando era
apenas un adolescente.
A
los doce años aprendió latín, griego, francés, alemán, inglés y español. Como
si fuera poco, era considerado el más grande filólogo de Italia y uno de los
grandes de Europa.
En esa enorme biblioteca leyó los
clásicos griegos y latinos, los moralistas franceses del siglo XVII, los
filósofos de la ilustración, y asumió su compromiso vital con la poesía
clásica, sin abandonar del todo el romanticismo.
Su enorme superioridad intelectual y la
timidez alimentada por la tiranía familiar lo convirtieron en un hombre
solitario que detestaba las relaciones sociales y con quien era terriblemente
difícil entablar amistad. Sólo al final de sus días encontró en Antonio Ranieri
un amigo leal que no solo alivió muchas de sus amarguras, sino que le dio algunas
de las pocas alegrías de su vida.
En noviembre de 1822 pudo finalmente
salir de Recanati y viajar a Roma. A mediados de 1825 estuvo dos meses en Milán
en labores editoriales. Entre septiembre de 1925 y noviembre de 1926 se instaló
en Bologna y allí continuó con actividades editoriales, escritos sobre
Petrarca, la traducción del Manual de Epicteto, y la publicación de versos,
idilios, elegías y sonetos.
Entre 1827 y 1828 pasó dos largas
temporadas en Florencia y luego residió allí durante tres años entre 1830 y
1833.
Sin embargo, ni en Roma ni en Milán ni en
Bologna encontró razones para sentirse bien. Fue en Florencia donde tuvo
mayores relaciones sociales, especialmente en el entorno del escritor y editor
italiano Gian Pietro Vieusseux. Allí conoció a Manzoni, a Stendhal, al grupo de
los futuros “amigos de la Toscana”, al escritor y biógrafo Louis de Sinner, y
frecuentó los salones de Carlotta Lenzoni y Charlotte Bonaparte. Y finalmente,
como vimos, conoció al amigo que se haría inseparable hasta el fin de sus días:
el exiliado napolitano Antonio Ranieri. Pero, sobre todo, en Florencia conoció
a Fanny Targioni Tozzetti, la mujer por la que sintió la pasión más fuerte de
su vida, la Aspasia a quien dedicó el Canto que dio inicio a
muchos de sus mejores poemas, pero así mismo el amor desventurado de una mujer
sin escrúpulos que lo usó para tratar de conquistar al esquivo aventurero
Ranieri.
En noviembre de 1827, Leopardi viajó a
Pisa y permaneció allí hasta junio de 1828. Se sintió muy cómodo, le encantó el
clima y la arquitectura, y le pareció que era una ciudad más cosmopolita que
Florencia. Asistió a los salones de Sofia Vaccà, de Lauretta Cipriani Parra, y
de Isabel y Margaret Mason; y pasó mucho tiempo con su amigo Giovanni Rosini,
profesor de elocuencia italiana en la universidad local, a quien pidió opinión
sobre la novela histórica que estaba escribiendo: La Monaca di Monza.
Esta sensación de bienestar resucitó en
él su vena poética, que se tradujo en la culminación de la Crestomazia
poetica, y en poemas como Il Risorgimento y A Silvia, obras
con las que se sintió muy satisfecho, tal como lo manifestó en una carta a su
hermana Paolina, en mayo de 1828.
En los primeros días de octubre de 1833
llegó a Nápoles con Ranieri. El primer año se sintió muy bien, pero en
noviembre del siguiente año escribió a su padre: “No puedo soportar más este
país semibárbaro y semiafricano, en el que vivo en perfecto aislamiento de
todos”.
Se había encontrado con la hostilidad del
entorno cultural napolitano y la censura borbónica en la edición de sus obras.
“Mi filosofía desagrada a los sacerdotes”, escribió a Louis de Sinner.
Ante
tanta animadversión, respondió con lo que fueron sus textos más comprometidos: Aspasia,
Pensieri, Paralipomeni, Palinodia, y la feroz sátira
antinapolitana I nuovi credenti.
A partir de mayo de 1835, con crecientes
problemas económicos y de salud, acompañado de su hermana Paolina y su amigo
Ranieri, se reparte entre la Villa Ferrigni en las faldas del Vesubio, cerca de
Torre del Greco -donde escribió La ginestra (o Il fiore del deserto) y
dictó desde su lecho de muerte su último poema Il tramonto della luna- y
la casa de Vico Pero, en Nápoles. Allí murió pobre y casi de todos olvidado, a
causa de un colapso cardíaco, en medio de una epidemia de cólera, cuando estaba
a punto de cumplir apenas 39 años.
Fue un poeta sublime, pero absolutamente
desafortunado en el amor. Neurasténico desde niño, asmático, sufría de
tuberculosis ósea, insomnio y constantes dolores de cabeza, medía apenas 140
centímetros, perdió casi totalmente la vista, y las jorobas que tenía desde
joven, derivadas de su consagración al estudio y por las cuales padeció burlas
y desprecios, le oprimían el pecho y le afectaban el corazón y el sistema
respiratorio.
No
hubo pues, ni una Beatriz ni una Laura como en Dante y Petrarca. Sus romances
fueron platónicos, ilusiones sin esperanza, invenciones de su imaginación que
empezaron a sus veinte años con Geltrude Cassi Lazzari, una mujer casada, seis
años mayor que él y prima de su padre.
Después vino la costurera Teresa
Fattorini, hija del cochero de la casa Leopardi en Recanati. Parece que nunca
le habló, pero diez años después de muerta en plena adolescencia, le inspiró
uno de sus más bellos poemas: A Silvia.
Otro de sus amores no correspondidos fue
el de la condesa Teresa Carniani Malvezzi de Medici, poetisa, escritora y
traductora florentina, cuyo salón frecuentaba el poeta. Algunos de sus críticos
dicen que la condesa está reflejada en la Elvira del Canto Consalvo.
No parece haber tenido una pareja que le
hiciera conocer los deleites de un amor correspondido.
Nos queda la belleza de los Canti, su obra maestra, la filosofía de Operette Morali, la
lírica sublime de los Idilli, la
voz dolorosa y las ganas de vivir de su extraordinario diario filosófico Zibaldone di Pensieri, y la ironía de
los Paralipomeni della Batracomiomachia.
Se creía que sus restos habían sido
arrojados a una fosa común, pero Antonio Ranieri afirma que el poeta fue sepultado originalmente en la Iglesia de
San Vitale en Fuorigrotta, en el camino de Pozzuoli.
En su tumba grabaron el epitafio que le escribió su amigo Pietro Giordani:
Al conde Giacomo Leopardi, de Recanati,
filólogo admirado fuera de Italia,
supremo escritor de filosofía y poesía,
comparable solamente con los griegos,
cuya vida finalizó a los 39 años
debido a continuas y miserables enfermedades.
Hecho por Antonio Ranieri,
por siete años y hasta el último momento
unido a su entrañable amigo.
MDCCCXXXVII.
Cien
años después, sus restos fueron llevados a Mergellina, cerca de la tumba de
Virgilio. Allí, frente al mar,
sobre el Golfo de Nápoles finalmente ha encontrado la gloria y la paz que en
vida le fueron esquivas, y con seguridad puede cantar de nuevo: E il naufragar m'è dolce in questo mare.
En el monumento hay una inscripción tomada del Canto XXVIII, A se stesso:
Duerme por siempre. Mucho
palpitaste. Ninguna cosa vale
tus latidos, ni es digna de suspiros
la tierra. Sólo tedio
y amargura es la vida, y fango el mundo.
CANTO XXVIII. A SÍ MISMO - (A se stesso)
Reposarás
por siempre,
cansado
corazón. Murió el engaño,
que
eterno yo creí. Murió. Bien siento,
de los
dulces engaños,
más
que la fe, el deseo adormecido.
Duerme
por siempre. Mucho
palpitaste.
Ninguna cosa vale
tus
latidos, ni es digna de suspiros
la
tierra. Sólo tedio
y
amargura es la vida, y fango el mundo.
Cálmate.
Desespera
la
última vez. A nuestra estirpe el hado
no dio
más que el morir. A la Natura
desdeña
y al maligno
poder
que, oculto, sobre el mal impera,
y a la
infinita vanidad del Todo.
EL INFINITO - (L’Infinito. I Canti. Canto XII)
Siempre
caro me fue este monte yermo
y este
cerco de arbustos que me excluye
del
paisaje del último horizonte.
Pero
sentado aquí, mi mente sueña
que
hay más allá del seto, interminables
espacios
y silencios sobrehumanos,
y una
quietud profunda donde el miedo
no
llega al corazón. Y mientras oigo
el
susurro del viento entre las plantas,
comparo
esos silencios infinitos
con
estos ecos: Y a mi mente vienen,
la
eternidad, las muertas estaciones,
y
esta, viva y sonora. Así se anega
en
esta inmensidad mi pensamiento:
y
naufragar me es dulce en este mar.
A LA LUNA - (Alla luna)
Oh,
delicada luna, ahora recuerdo
que,
sobre esta colina, ya hace un año,
lleno
de angustia a contemplarte vine:
y te
elevabas sobre aquella selva
como
ahora, que todo lo iluminas.
Mas,
trémulo y nublado por el llanto
que
asomaba a mis párpados, tu rostro
frente
a mí aparecía; qué difícil
era
entonces mi vida: y aún no cambia,
oh, mi
luna querida. Pero es grato
el
recordar y el evocar el tiempo
de mi
dolor. ¡Oh, cuánto nos deleita
en la
edad juvenil, cuando tan larga
es la
esperanza y breve la memoria,
rememorar
las cosas ya pasadas,
aunque
tristeza y ansiedad persistan.
CITAS
- Las personas son ridículas sólo cuando
quieren parecer o ser lo que no son.
- Hay que confiar en los que se esfuerzan
por ser amados y dudar de los que sólo procuran parecer amables.
- En todos los climas, bajo todos los
cielos, la felicidad siempre está en otra parte.
* Con información de:
http://www.internetculturale.it/directories/ViaggiNelTesto/leopardi/12.html