CAPÍTULO III - MATTHEW ARNOLD
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CAPÍTULO III
MATTHEW ARNOLD
Poeta victoriano,
crítico social y literario, y teólogo británico, cuya obra es considerada un
enlace entre el romanticismo y el modernismo.
Laleham, Middlesex, 24-12-1822; Liverpool,
15-04-1888.
Empezó sus estudios
en Rugby (1837) y luego en el Balliol College de Oxford; se graduó con
honores de segunda clase en 1844 y se hizo fellow del Oriel College
al año siguiente.
En 1851 contrajo
matrimonio con Frances Lucy Wightman, hija de Sir William Wightman, juez del
Banco de la Reina. Tuvieron seis hijos: Thomas, Trevenen William, Richard
Penrose, Lucy Charlotte, Eleanore Mary Caroline y Basil Francis. Fue un
matrimonio feliz, y algunos de los más bellos poemas de Arnold están dedicados
a sus hijos.
Escribió
casi toda su obra poética antes de los cuarenta años y luego se dedicó a la
crítica literaria. En 1843 ganó en Oxford el Premio Newdigate con su poema Cromwell. Al aceptar el galardón, se dio
cuenta de su potencial, decidió que quería ser poeta y empezó a dedicarse con
mayor entusiasmo a escribir poemas.
Y su
poesía es de tan alto vuelo que es considerado el tercer gran poeta victoriano
después de Alfred Tennyson y Robert Browning.
Se
perciben en ella notas tristes y tonos elegíacos inspirados en motivos clásicos
cuyos temas rondan la alienación y el vacío espiritual: Empedocles on Etna
and other poems (1852), The Scholar Gipsy (1853), Sohrab and
Rustum (1853), Thyrsis (1866), Rugby Chapel (1867), Dover
Beach (1867), y Westminster Abbey (1882).
Arnold
era un hombre de mente ingeniosa, agudo espíritu crítico y apasionado amor por
la verdad, que le permitían encontrar fisuras en los temas religiosos de la
teología de su tiempo, especialmente cuando se fundaban en conjeturas
improbables o ignoraban las evidencias de la razón.
Sus
principales obras sobre cuestiones religiosas son Culture and Anarchy (1869);
St. Paul and Protestantism, con una introducción sobre Puritanismo y la
Iglesia de Inglaterra (1870); Literature and Dogma, un ensayo encaminado
a una mejor apreciación de la Biblia (1873); y Last Essays on Church and
Religion (1877).
En su colección de ensayos Culture and Anarchy, donde
ataca el materialismo científico y defiende la cultura, sostiene que no se debe
confundir “literature” con “belles lettres” y que literatura eran
también los Elements de Euclides, los Principia de Newton, los
escritos de Copérnico, de Galileo y de Charles Darwin. Tampoco se debía
permitir que los científicos se reservaran el concepto de ciencia, puesto que
también la crítica literaria y el estudio de las lenguas antiguas eran, según
Arnold, ciencias.
Como crítico literario no tuvo rival en su generación.
Se dice que cuando en Arnold murió el poeta, nació el crítico.
Essays and Criticism y la mencionada Culture
and Anarchy contienen sus primeros dardos sobre las angustias de sus
contemporáneos.
En este esfuerzo crítico, pensaba Arnold, Inglaterra
iba a la zaga de Francia y Alemania, y los ingleses, en consecuencia,
permanecieron en un remanso de provincianismo y complacencia. Incluso los
grandes poetas románticos, con toda su energía creativa, sufrieron por la falta
de crítica. Aseguraba que el crítico literario inglés debía conocer otras
literaturas además de la suya y estar en contacto con los estándares europeos.
Arnold desarrolla esta última línea de pensamiento en el segundo ensayo, The
Literary Influence of Academies, en el que se detiene en “la nota de
provincianismo” en la literatura inglesa, causada por la lejanía de un “centro”
de conocimiento correcto y gusto correcto.
Para darse cuenta de cuánto amplió Arnold los
horizontes de la crítica, basta con echar un vistazo a los títulos de algunos de
los otros ensayos de Essays in Criticism (1865): Maurice de Guérin,
Eugénie de Guérin, Heinrich Heine, Joubert, Spinoza, Marco Aurelio; en todos,
como cada vez más en sus últimos libros, está “aplicando ideas modernas a la
vida”, así como a las letras y “poniendo todas las cosas bajo el punto de vista
del siglo XIX”.
Su primer ensayo, The Study of Poetry,
contiene muchas de las ideas por las que Arnold es mejor recordado. En una era
de credos que se derrumban, la poesía tendrá que reemplazar a la religión. Cada
vez más, “recurriremos a la poesía para interpretarnos la vida, para
consolarnos, para sostenernos”.
Su conocida clasificación de la sociedad inglesa en bárbaros (con su espíritu elevado, serenidad y
modales distinguidos y su inaccesibilidad a las ideas), filisteos (el bastión
del inconformismo religioso, la clase media comercial, materialista, descreída,
con mucha energía y moralidad, pero insuficiente “dulzura y luz”), y populacho
(todavía crudo y ciego), que concluye con la urgencia de educar y humanizar a
los filisteos, resume de manera brillante lo que era la sociedad victoriana.
Convencido de que gran parte de la religión popular
estaba “tocada con el dedo de la muerte” y no menos convencido de la
desesperanza del hombre sin religión, trató de encontrar para esta una base de
“hecho científico” que incluso el espíritu moderno positivo debe aceptar.
Una lectura de los cuadernos de notas de Arnold
convencerá a cualquier lector de la profundidad de la espiritualidad de Arnold
y del grado en el que, en su “vida enterrada”, se autodisciplinaba en constante
devoción y olvido de sí mismo.
Arnold murió repentinamente de insuficiencia
cardíaca, en la primavera de 1888, cuando se disponía a recibir a su hija Lucy
Charlotte y su nueva nieta en el puerto de Liverpool.
Sus restos reposan en la Iglesia de todos los Santos
en Laleham, junto a los de su esposa y los tres hijos cuya temprana pérdida
había ensombrecido su vida. Sobre la tumba se leen dos epitafios:
- Amaneció la luz para el justo y la alegría
para los de corazón recto.
- Envía tu luz y tu
verdad; que ellas me guíen, que me lleven a tu santo monte, y a tus moradas.
En el
Rincón de los Poetas de la Abadía de Westminster, hay una placa que honra su
memoria, con versos de su poema
Westminster Abbey, escrito para el funeral del Deán de la misma, Arthur
Penrhyn Stanley:
Que aparezca la luz y tus paredes
transfiguradas sean tocadas por la llama.
DESCANSO - (Requiescat)
¡Regad sobre su cuerpo un mar de rosas
y no ramos de tejo!
¡Anhelo la quietud en que reposan
tan plácidos sus sueños!
Sediento el mundo de su plena gracia
se llenó de su risa;
hoy su cansado corazón naufraga
para ser ella misma.
Fue su vida en confusos laberintos
un continuo girar
y su alma que paz había pedido
por doquier halla paz.
Su libertario espíritu encerrado
voló calladamente
y esta noche lo hereda el vasto espacio
del reino de la muerte.
ENVEJECER - (Growing Old)
¿Qué es envejecer?
¿Es perder la gloria del aspecto,
el brillo del ojo?
¿Es por belleza renunciar a la corona?
--Sí, pero no sólo esto.
Es sentir nuestra fuerza--,
¿pero no nuestro encanto, sino el
deterioro de nuestra fuerza?
¿Es sentir cada extremidad
más rígida, cada función menos exacta,
cada nervio más débil?
Sí, esto, y más; pero no,
ah, ¡no es lo que en la juventud soñamos
que sería!
No es tener nuestra vida
sosegada y suavizada con el resplandor del
ocaso,
un dorado declive del día.
No es ver el mundo
desde una montaña, con ojos proféticos
absortos,
y el corazón profundamente conmovido;
y llorar y sentir la plenitud del pasado,
los años que no existen.
Es pasar largas jornadas
y no sentir ni una vez que fuimos jóvenes.
Es sumar, encerrados
en la cálida prisión del presente, mes
a mes con el dolor del cansancio.
Es sufrir esto,
y sentir solo la mitad, y débilmente, de
lo que sentimos:
En lo profundo de nuestro insondable
corazón
madura el pálido recuerdo de un cambio,
pero sin emoción alguna.
Es -la última etapa de todo-
cuando congelamos por dentro, y
completamente
el fantasma de nosotros mismos,
para escuchar al mundo aplaudir al
fantasma hueco
que culpó al hombre vivo.
DEMASIADO
TARDE - (Too late)
Vivimos,
cada uno dentro de nuestros límites,
y unos
hallan la muerte sin hallar el amor.
Sus vidas
son lanzadas a lugares lejanos
desde un
alma gemela que las dividió en dos.
Y a
veces, por capricho de un destino más duro,
los
amantes se encuentran, pero se encuentran tarde.
--¡Tu
corazón es mío! --¡Cierto, cierto! ¡Ah,
cierto!
--¡Dame
entonces tu mano, amor! --¡Ah, no!
Adiós.
CITAS
- Matthew Arnold era buen poeta, pero estaba muy
equivocado; siempre intentaba alcanzar lo más difícil: conocerse a sí mismo. Y
a veces por eso, a mitad de sus más hermosos poemas, dejaba de ser el poeta y
se convertía en el inspector escolar.
(Oscar
Wilde).
- La
poesía es en el fondo una crítica a la vida.
- El
periodismo es literatura apresurada.
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