CAPÍTULO LXXXVIII - WALLACE STEVENS

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 CAPÍTULO LXXXVIII

WALLACE STEVENS

 

Wallace Stevens, poeta modernista, periodista, dramaturgo y abogado estadounidense.

Reading, Pennsylvania, 02-10-1879; Hartford, Connecticut, 02-08-1955.

Era hijo de un abogado de renombre que le inculcó el amor por los libros y la literatura, y contribuyó sustancialmente a su formación con una rica y extensa biblioteca en su residencia. Recibió una esmerada educación en Reading Boys’ High School y Harvard College. Después ingresó en New York Law School, donde obtuvo su grado de abogado en 1903, profesión que ejerció durante toda su vida, paralelamente a la actividad literaria.

En 1909 desposó a Elsie Viola Kachel, a quien había conocido cinco años antes, y vivieron en New York esporádicamente durante las dos décadas siguientes. La familia del poeta nunca aprobó el matrimonio debido a que consideraban a Elsie de clase baja -había trabajado como vendedora, sombrerera y taquígrafa-, y según el New York Times ninguno de sus familiares asistió a la boda, por lo cual Wallace no volvió a visitar ni a hablar a sus padres hasta que murieron.

En 1924 tuvieron una hija a quien llamaron Holly, quien posteriormente publicaría las cartas de su padre y una colección de poemas.

Entre sus obras se destacan Harmonium en 1923, Ideas of Order en 1935, The Man with the Blue Guitar en 1937, y The Auroras of Autumn en 1950.

A pesar de la calidad de sus primeros poemas, fue la publicación de The Collected Poems of Wallace Stevens en 1955, la que le dio reconocimiento internacional. Con esta colección obtuvo el Premio Pulitzer de Poesía y el National Book Award.

En 1950 había recibido el Premio Bollingen de Poesía, y en 1951 ya había sido galardonado con otro National Book Award, por The Auroras of Autumn.

Tras obtener el Pulitzer, la Universidad de Harvard le ofreció una cátedra, pero el poeta declinó el cargo debido a que por razones económicas no quería dejar su cargo de vicepresidente ejecutivo en Hartford Accident and Indemnity Company.

Algunos de sus poemas más populares y conocidos son Anecdote of the Jar, Desilusion of Ten O'Clock, The Emperor of Ice-Cream, The Idea of ​​Order at Key West y Sunday Morning.

En abril de 1955 sus médicos le diagnosticaron un cáncer de estómago, enfermedad mortal para la época.

A principios de junio, todavía estaba lo suficientemente estable como para asistir a una ceremonia en la Universidad de Hartford para recibir un título honorario de Doctor en Humanidades.

El 13 de junio viajó a New Haven para recibir otro título honorario, esta vez de Doctor en Letras de la Universidad de Yale.

El 21 de julio fue readmitido en el Hospital St. Francis y su estado empeoró. El 1 de agosto, aunque postrado en cama, tuvo fuerzas para decir algunas palabras de despedida a su hija antes de quedarse dormido después de que terminaran las horas normales de visita. Fue hallado sin vida a la mañana siguiente del 2 de agosto de 1955 a las ocho y media de la mañana.

En palabras de Thomas Gray, al final de su vida, Stevens había dejado sin completar su ambición mayor de reescribir la Divina Comedia de Dante, para aquellos que “viven en el mundo de Darwin y no en el mundo de Platón”.

Sus restos, junto a los de su esposa, reposan en el Cementerio Cedar Hill de Hartford, donde solamente se leen nombres, fechas y lugares.

En el Rincón de los Poetas de la Catedral de San Juan en New York, hay un cenotafio que honra su memoria.

Allí se lee un verso de su poema The idea of order at Key West:

¡Oh, bendita manía por el orden!



LA MUERTE DE UN SOLDADO - (The death of a soldier)


La vida se contrae y se espera la muerte,

como en el otoño.

El soldado cae.


No será un personaje pasajero,

que impone su separación

y exige ceremonias. 


La muerte es absoluta y sin rituales,

como en el otoño,

cuando el viento cesa,


cuando el viento cesa y, sobre los cielos,

las nubes, a pesar de todo,

siguen su camino.



LA IDEA DE ORDEN EN CAYO HUESO - (The idea of order at Key West).


Cantaba más allá del genio del mar.

El agua nunca fue voz o mente,

como un cuerpo real, ondeando

sus mangas vacías, pero su ritmo

frenético, generaba un constante lamento,

que no era el nuestro, aunque entendimos

que, inhumano, era del verdadero océano.


No era máscara el mar. Ella tampoco.

Agua y canción no eran una mezcla de sonidos

aunque lo que cantaba era lo que oía,

pues modulaba su canción palabra por palabra.


Tal vez todas sus frases evocaban

el rugido del agua y el viento jadeante;

pero era a ella y no al mar a quien oíamos.


Porque era la artífice de la canción que cantaba.

Encapotado siempre, lastimero, el mar

era solo su lugar para pasear y cantar.

¿De quién es? dijimos, porque sabíamos

que era el espíritu que buscábamos, y era

lo que debíamos preguntar cuando cantase.


Si solo hubiese sido la oscura voz del mar

que se elevaba, tal vez coloreada por numerosas olas;

si solo hubiese sido la externa voz de cielo

y nube, del coral sumergido con murallas de agua,

aunque clara, sería un aire profundo,

el lenguaje jadeante del aire, un sonido de verano

repetido en un verano interminable

y tan solo un sonido. Pero era algo más,

mucho más que su voz, que la nuestra, entre

las zambullidas sin sentido de las aguas y el viento,

distancias teatrales, sombras de bronce amontonadas

sobre los altos horizontes, atmósferas como montañas

de cielo y mar.


Era su voz la que hacía que el cielo

fuera más nítido en su desvanecimiento.

Ella medía con las horas su soledad.

Era la única artífice del mundo

en que cantaba. Y cuando cantaba, el mar,

cualquiera que fuese su esencia,

se convertía en la esencia de su canto: ella era la artífice.

Entonces nosotros, al verla caminar solitaria,

a grandes pasos, supimos que allí nunca habría para ella

un mundo distinto al que cantaba y, cantando, construía.


Ramón Fernández, dime, si lo sabes,

por qué, cuando la canción terminó y volvimos

al pueblo, dime por qué esas luces vidriosas,

esas luces de los botes pesqueros anclados en la costa,

mientras caía la noche, serpenteando en el aire,

se apoderaron de la noche y parcelaron el mar,

delimitando zonas blasonadas y rutilantes mástiles,

ordenando, profundizando, hechizando la noche.


¡Oh! Bendita manía por el orden, pálido Ramón,

la manía del hacedor por ordenar las palabras del mar,

palabras de portales fragantes, tenuemente estrellados,

y por ordenarnos a nosotros y a nuestros orígenes,

en demarcaciones fantasmales, más profundos sonidos.



CITAS


- En 1940, Stevens hizo su último viaje a Key West. El poeta Robert Frost, con quien Wallace estuvo frecuentemente enemistado, estaba de nuevo en la Casa Marina y nuevamente los dos poetas discutieron. Según lo relatado por Paul Mariani en su biografía de Stevens, el intercambio de entonces en Key West incluyó los siguientes comentarios:

Stevens: Tus poemas son demasiado académicos.

Frost: Tus poemas son demasiado ejecutivos.

Stevens: El problema contigo, Robert, es que escribes sobre temas.

Frost: El problema contigo, Wallace, es que escribes sobre baratijas.


- Un poeta rico, prolífico y profundo, provocador de alegría y belleza creativa en aquellos que pueden responderle.

(De la poetisa, crítica de arte y editora Harriet Monroe).


- Después de que uno ha abandonado la fe en Dios, la poesía es esa esencia que toma su lugar como redención de la vida.

(Sin embargo, parece muy probable que Wallace se haya convertido al catolicismo en sus últimos días).


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