UNIVERSOS - VOLUMEN II. CAPÍTULO XXVII - ILKA MAIA

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 CAPÍTULO XXVII

ILKA MAIA

Ilka de Freitas Maia, poeta y psicóloga brasileña.

Sao Paulo, 27-04-1906; Bananal, Sao Paulo, 29-07-1988


      Era hija de Luiz Oscar de Almeida Maia y Maria da Gloria Albuquerque Freitas de Almeida Maia. Contrajo matrimonio con Eugenio Pacheco y tuvieron dos hijos, Kali e Ilnio.

     Publicó Alvoradas, su primer libro de poesías a los 16 años, por lo cual se le consideró una niña prodigio.

      Estudió Psicología en la Escola Álvares Penteado de Sao Paulo.


      Durante varios años prestó servicio como Psicotécnica en una Clínica Neurosiquiátrica de Sao Paulo, donde hizo un importante descubrimiento relacionado con pruebas de psicoanálisis, que fue publicado en la Revista Médica do Hospital da Clínicas.

      Además de Alvoradas, estas son sus principales obras: Areia na alma, Planta da Pedra y A Grande Jornada.

 

    Vivió algunos años en Araraquara y São Carlos, pero regresó a Sao Paulo para vivir sus últimos años al lado de sus nietos en su amado Vale do Paraíba, en Bananal, tierra de sus ancestros. Allí falleció, pero sus restos fueron trasladados al vecino Cementerio de São José do Barreiro, en el vecindario de Sao Paulo.


EPITAFIO - (Epitáfio)

Aquí, junto al espigado ciprés de la nostalgia,

sobre la cruz misérrima de mis decepciones,

en el hielo tumular de mi juventud;

aquí, arrodillado a los pies de muchos corazones;

herido muchas veces por sonrisas perversas...

con las manos en cruz, en expresión de dolor;

mal envuelto por mí, en los harapos de mis versos,

duerme, lívido y pobre, mi primer amor...


MI FUNERAL - (Meu enterro)

¡Quiero que mi funeral sea muy hermoso!

¡Con muchas, muchas rosas del color de la sangre!

¡Del color que amé y que irradiaba mi alma!

¡Color del dolor y la pasión!

¡Quiero rosas rojas para mi funeral,

llenando mi ataúd!


Quiero estar vestida de negro,

toda cubierta de rosas…

Que mi rostro tenga la expresión de mi vida…

Leves, impresas en las manos, las líneas dolorosas

de mi destino traidor.


Sea así mi ataúd: cara, manos, muchas rosas,

solamente rojas, ¡el color que amaba!

¡Que venga mucha, mucha gente!

¡Que vengan todos aquellos a quienes tanto amé!

Que vengan a traerme rosas rojas,

para adornarme toda, eternamente…

Que vengas tú también…

Que venga además alguien, con sus ojos castaños,

todo serenidad,

a traerme algunos capullos y un momento de paz…

¡Quiero su ramo sobre mi pecho!

Sí. Ese alguien cumplirá mi deseo,

porque es bueno, porque es perfecto,

porque perdona como lo hace Dios.

Y me perdona en esa hora triste,

dentro de la estrechez de mi ataúd,

el amor que le ofrecí y él rechazó.


Vendrá, porque esa que amaba ya no existe…

está helada y muda, en la quietud

de los muertos. Nada piensa, nada dice…

Vendrá, porque mis ojos cerrados

no se abrirán para clavarse en el fondo

de sus ojos… Yacen apagados…

¡Vendrá, sí, porque ya no puedo verlo!

¡Y me dará, justo, en este mundo,

las rosas rojas

que un día le pedí… y ha venido a traerme!

Quiero así mi funeral.


Es un sueño antiguo

un capricho de mi pobre corazón.

¡Quiero llevar conmigo,

muchas, muchas rosas rojas, del color de la sangre,

llenando mi ataúd!


      El prefacio de Alvoradas, su primer libro, fue escrito por María Lacerda de Moura, destacada anarquista y pionera del feminismo en Brasil, a quien Ilka dedicó los dos siguientes sonetos:


LAS PIEDRAS - (As Pedras)

(A D. Maria Lacerda de Moura)

I

¿Quién dice que la piedra, al lado del camino,

es muda, muerta y fría, y es piedra indiferente?

¿Quién dice que no siente los besos de la aurora?

¿Quién dice que no siente, quién dice que está muerta?


¿Quién dice que es un bloque torpe como la nada?

¡Quien dice eso no piensa, y miente quien lo dice!

La piedra siente y cambia la orilla de un camino,

¡es misterio del cielo! ¡tal vez un penitente!


Por eso cuando ruedan lágrimas de las lluvias,

de ojos de las estrellas, henchidas de dolor,

las piedras lloran, solas, como las viudas viejas.


Por eso cuando a veces, el pastor distraído,

al pasar junto a ellas, vuelve la cara, mudo,

escucha en su silencio los ecos de un lamento.


II

Las piedras son señales de vidas dolorosas,

son restos inmortales de vidas acabadas,

son almas sin morada - las almas fugitivas

de Dios desamparadas en gélidas aceras.


Son criaturas sin pan, hambrientas, arrojadas

al turbión de la calle y en harapos envueltas.

Son criaturas sin luz, de cansadas pupilas,

que en tumbas olvidadas se procuran la paz.


Son mudas que el Destino con su mano de hierro,

en la garganta misma les ahogó el sonido,

las más tristes y solas, despreciadas de Dios,


que no sirven siquiera de apoyo al peregrino;

son esos corazones que en una santa angustia

amarán como el mío, ojos como los tuyos.


UNA CITA

- El poeta no se hace, nace. Nace como Ilka Maia, portando el halo imponderable de los videntes.

(Plinio Salgado, escritor, periodista y político brasileño).

 

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