UNIVERSOS - VOLUMEN II. CAPÍTULO XXII - JEAN DE LA FONTAINE

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 CAPÍTULO XXII

JEAN DE LA FONTAINE*

 

Fabulista, poeta, cuentista y novelista francés.

Chateau-Thierry, 08-07-1621; París, 13-04-1695.

      Era hijo de Françoise Pidoux y de Charles de La Fontaine, uno de los consejeros del rey, inspector forestal y capitán de las cacerías del Ducado de Château-Thierry.

      A pesar de que algunos de sus contemporáneos lo tildaban de insípido, perezoso y sin muchas aspiraciones, Racine y Boileau lo consideraron un bon homme, atributo aceptado poco a poco por su público y más tarde por sus biógrafos y la posteridad.

      Su carácter apacible le permitió vivir al margen de las rencillas literarias de su tiempo.

      Estudió en la Universidad de su ciudad natal. Sus padres querían que asistiera al seminario y en 1641 lo inscribieron en el Oratorio de San Felipe Neri, pero un año y medio después se aburrió de leer a San Agustín, renunció al estado clerical y reanudó sus estudios de derecho en París. En 1649, obtuvo un diploma de abogado en el Parlamento de París.

Contra todos los pronósticos, y cuando sólo su padre tenía la esperanza de que Jean se convirtiera en poeta, la musa le llegó de la mano de Pierre Pintrel, oficial de la guarnición local y amigo del vecindario, conocido recitador de versos y traductor de las cartas de Séneca, que en una de sus visitas llegó con un libro de poemas de Malherbe y le leyó la oda sobre el asesinato de Enrique IV.

      Fue como una aparición. La Fontaine tenía veintidós años y el descubrimiento de Malherbe lo llevó a ensayar sus primeras odas.

Poco después, Pintrel le recomendó abandonar a Malherbe y cambiar sus lecturas por las obras de Virgilio, Horacio, Terencio, Tito Livio y Quintiliano, lo cual mejoró notablemente sus conocimientos de la lengua latina.

Más tarde lo deslumbraron las lecturas de Plutarco, Platón, Rabelais, Marot, Ariosto, Boccaccio y Maquiavelo, muchas de ellas recomendadas por el poeta y traductor François de Maucroix, otro de sus grandes amigos que, entre sus muestras de amistad, tradujo obras del griego para él.

      Su estrella literaria comenzó con la adaptación de la comedia l’Eunuque de Terencio que, entre otros logros, le ganó la admiración y el mecenazgo del Ministro de Finanzas Nicolás Fouquet.

      En 1661, mientras La Fontaine escribía Le Songe de Vaux, Fouquet cayó en desgracia y fue arrestado por orden del rey, con lo cual el poeta perdió la protección y fue perseguido por su lealtad a Fouquet, para quien había escrito entre otras obras la Élégie aux nymphes de Vaux. Tuvo que abandonar París.

      A su regreso, su carrera se reinició con la publicación de los cinco libros de sus Contes, luego vendrían sus Fables y su novela Les amours de Psyché et Cupidon. Para ello contó con la protección de la Duquesa de Bouillon Marie-Anne Mancini, sobrina del cardenal Mazarino, una mujer de mundo que amaba la poesía. Ella y su hermana, la bella, inteligente y celebrada duquesa de Mazarin fueron amigas del poeta durante toda su vida, le dieron valiosos consejos literarios y tuvieron gran influencia en sus escritos.

      Luego disfrutó del mecenazgo de la Duquesa de Orleans Marguerite de Lorraine, y de la salonniere Madame de La Sablière -en cuya casa vivió los veinte años más felices de su vida y a quien le dedicó Joconde, el más popular de sus cuentos-. Finalmente, tras la muerte de Madame de La Sablière, Madame Anne d’Hervart y su esposo lo alojaron en su casa, donde tuvo una vejez digna y una muerte tranquila.

      Por esa época, junto a Moliere, Racine y Boileau, amistades que se mantuvieron hasta la muerte, La Fontaine se incorporó al círculo de protegidos de la amante del rey, Madame de Montespan.

      Su fama se debe principalmente a sus Fables, publicadas en doce libros que agrupan 240 narraciones en verso, en las cuales los animales toman el papel de seres racionales con un fino sentido del humor y dejan siempre un aprendizaje y una lección moral.

      Sus cuentos y novelas están inspirados principalmente por Giovanni Boccaccio, Ludovico Ariosto y François Rabelais. En 1683 fue llevado a la Academia Francesa, pese a la oposición de Luis XIV.

      En 1647, con veintiséis años, aceptó con impensada facilidad un matrimonio de conveniencia arreglado por su padre, con Marie d’Héricart, de 14 años, hija de un amigo de la familia, y con una dote de veinte mil libras. Charles, su único hijo, nacido en 1653, fue criado por su madre. Se separaron en 1658.

Pocos hombres ilustres han recibido opiniones tan dispares de sus contemporáneos como Jean de La Fontaine, pero actualmente estamos de acuerdo en que las críticas negativas de su época se debieron fundamentalmente a su bonhomía, a su indolencia manifiesta y a la ignorancia de muchos de sus interlocutores, que lo percibían como un hombre torpe y aburrido.

      La hija de Racine, por ejemplo, que lo vio muchas veces en la casa de su padre, lo describió como “un hombre desaliñado y estúpido que sólo hablaba de Platón”.

      El escritor y filósofo Jean de La Bruyère, escribe: “Parece un hombre, torpe, pesado, estúpido. No puede hablar, ni siquiera decir lo que acaba de ver. Pero si se sienta a escribir, produce el modelo de los cuentos. Dota de lenguaje a las bestias, a los árboles, a las piedras, a cuanto la naturaleza le ha negado el habla, y entonces todo en sus obras es ligereza, elegancia, belleza, naturaleza”.


      Sobre su tumba en el Cementerio Père Lachaise de París, se lee:

Aquí yace John de La Fontaine

admirador de las fábulas de Esopo

y de los más recientes y únicos Babrio y Fedro.

Más que émulo, vencedor.


      En su honor hay un cenotafio en la Academia Francesa:

Discípulo ingenioso del sabio frigio,

La Fontaine se vistió con el velo de la fábula

para poner a raya al vicio odioso

y hacer más amable la verdad

      La Fontaine, en alguno de sus muchos momentos de buen humor escribió su epitafio que, sin embargo, no figura en su tumba:


EPITAFIO DE UN PEREZOSO - (Épitaphe d'un paresseux)

Jean se fue tal como había venido,

gastó su capital después de los intereses,

creyó que el bien era poco necesario.

En cuanto a su tiempo, lo empleó bien

y lo solía dividir en dos partes,

una para dormir y otra para no hacer nada.


 

* Con información de Lives of the most Eminent Literary and Scientific Men of France. Vol I. Mary Wollstonecraft. LONGMAN, ORME, BROWN, GREEN, & LONGMANS, PATERNOSTER-ROW; AND JOHN TAYLOR, UPPER GOWER STREET. 1838.

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