UNIVERSOS - VOLUMEN II. CAPÍTULO XX - LEDO IVO

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 CAPÍTULO XX

LEDO IVO

 

Lêdo Ivo, poeta, novelista, cuentista, periodista, traductor y ensayista brasileño, una de las figuras más representativas de la literatura portuguesa.

Maceió, Alagoas, Brasil, 18-02-1924; Sevilla, España, 23-12-2012.

      Su vocación literaria empezó a consolidarse en Recife, a donde se había trasladado después de terminar la secundaria. Antes de cumplir los 20 años se marchó a Río de Janeiro para estudiar Derecho, que nunca ejerció.

      Se casó con la profesora Leda Maria Sarmento de Medeiros.      Tuvieron tres hijos, Patricia, María da Graça y Gonçalo.

      En 1944 vio la luz su primera colección de poemas titulada As imaginações, y un año después se publicó Oda e Elegia, con la cual ganó el Premio Olavo Bilac de la Academia Brasileña de Letras.

      Posteriormente aparecieron Acontecimento do soneto (1946), Ode ao crepúsculo (1948), Ode equatorial (1950), La ciudad y los días (1957), Linguajem (1966), Estación Central (1968), Poesía Observada (1967), Las islas inacabadas (1985), Crepúsculo civil (1990), Curral de peixe (1995), Nocturno romano (1997), O Rumor da noite (2000) y Plenilúnio (2004), entre otros.

      Su poemario Requiem le valió en 2009 el Premio Literario Casa de las Américas, en su edición número 50.

      En 1947 se publicó As alianças, su primera novela, que tuvo varias ediciones y con la cual obtuvo el premio de novela Fundación Graça Aranha. Siguieron O caminho sem aventura (1948), O sobrinho do general (1964), la exitosa Ninho de cobras (1973) sobre la dictadura de Getúlio Vargas, y finalmente A morte do Brasil (1984).

      En 1986 fue elegido miembro de la Academia Brasileña de Letras.

Tradujo al portugués autores como Guy de Maupassant, Fedor Dostoievski y Arthur Rimbaud.

      Su libro de memorias Confissões de um Poeta, publicado en 1979, fue galardonado con el premio de la Fundación Cultural del Distrito Federal. En 1991 publicó otro libro de memorias titulado Aluno Relapso.

      Su amplísima obra incluye 27 libros de poemas, 10 de novelas y cuentos, 17 de ensayos y crónicas, 4 de literatura infantil, 15 antologías y 2 autobiografías.

En mayo de 2012 se presentó en la Feria Internacional del Libro de Bogotá Estación Final, una antología de sus poemas. Lêdo Ivo se encontraba en Sevilla preparando la publicación de esta antología para México y España, cuando falleció a causa de un infarto. Lo acompañaban su hijo el pintor Gonçalo Ivo y su familia.

      Sus restos reposan en el Mausoleo de la Academia Brasileña de Letras en el Cementerio de San Juan Bautista en Río de Janeiro.

      Su amigo el poeta João Cabral de Melo Neto, había escrito para Lêdo Ivo el siguiente epitafio:


EPITAFIO - (Epitáfio - De João Cabral de Melo Neto)

Aquí reposa

libre de todas las palabras

Lêdo Ivo, Poeta,

en la recobrada paz

de antes de hablar

y en silencio, el silencio

de cuando las hélices

se detienen en el aire.



VALS FÚNEBRE DE HERMENGARDA - (Valsa fúnebre de Hermengarda).


Heme aquí junto a tu sepultura, Hermengarda,
para llorar tu carne pobre y pura que ninguno de nosotros

vio podrirse.
Otros vendrían sobrios y de luto,
pero yo vengo borracho, Hermengarda, yo vengo borracho.
Y si mañana encontraran la cruz de tu tumba tirada por el suelo,
no fue la noche, Hermengarda, ni fue el viento.

Fui yo.

Quise amparar mi embriaguez en tu cruz,
y me arrastré en la tierra en que reposas
cubierta de margaritas, pero triste.
Heme aquí junto a tu tumba, Hermengarda,
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermengarda, ni es el viento.
Soy yo.



EL CEMENTERIO DE LOS NAVÍOS - (Cimitério dos navíos)


Aquí los navíos se esconden para morir.

En las bodegas vacías, sólo quedarán las ratas
a la espera de la imposible resurrección.


Y del esplendor del mundo apenas queda
el circón en los labios del tiempo.

El viento rae las letras
de los nombres que los niños deletreaban.


La noche canina lame
los cordeles deshilachados

bajo el vuelo de las gaviotas estridentes
que, en celo, se aparean en el fondo de la bahía.


Despejando maderas podridas y aguas estancadas,
el día, con su ojo ciego, devora el garfio

que marca en el casco las cicatrices
de la escalerilla que era un peldaño del universo.


Y la tarde preñada de estrellas
se inclina sobre el camarote, donde antiguamente,

una pareja aturdida por el amor más carnal
levantaba en el silencio negras palizadas.


¡Oh navíos perdidos, viejos sordos
que, dormitando, escuchan sus propias sirenas

ahuyentando la neblina, en el puerto donde los barcos
eran como un rebaño atravesando las tinieblas!


LA MUERTA - (A morta)

Un mensaje, un beso y un epitafio

me esperaban en tus ojos cerrados

cisternas de mi infancia.

En tu cuerpo, oh Señora de Azul, última flor del Mangle

no había nubes ni otra música

que la de tu adolescencia, que después apagaron.

Pero en los tramos oscuros de tu desnudez

yo desbrozaba donde empezaba el amor.

Tu cuerpo ahora era tu propia alma,

que no era de este mundo, tranquila, sino salvaje

y áspera como la de una loba.

Eras la arena de la playa que desentraña la música

la nota triste, el oeste de las cosas,

presencia esquiva que no se mancha

desnuda sin haber sido doncella.


EL DESEO - (O desejo)

No quiero la eternidad,

la trama interminable

de una roca que confía

un día tras otro

en la duración perpetua.


Quiero ser lo que pasa:

la leve nube blanca

que se deshace en el espacio,

la estela de humo de un jet

en el cielo vacío y claro.

No me agrada ni me seduce

vivir después de haber vivido.


Antes quiero el relámpago

que rasga el cielo sombrío,

una hoja de álamo

en el camino de un viaje

y la lluvia momentánea

que cae sobre las ciudades.


Prefiero un vuelo de pájaro

a todo cuanto es eterno.


A todo lo durable

prefiero lo perecedero:

la sombra fugitiva

en el día luminoso

de los narcisos y las rosas;

los instantes que rigen

en la noche indecorosa

el amor de los amantes,

sus gritos y gemidos;

el pétalo fugaz

herido por el otoño.


Me emociona el trayecto

entre una puerta abierta

y una puerta cerrada

en plena madrugada

o en la más cándida mañana.


El Dios mío es relámpago,

el breve resplandor

antes del gran sueño.


Me rehúso a durar

y a permanecer.


Nací para no ser,

y ser el que no es

tras tanto haber soñado

y tanto haber vivido.

 


LA NAVE DE LA VIDA - (No navio da vida)


Pasajero de la nave

que no para en ningún puerto

finjo no ver que la muerte

me quiere vivo y no muerto.



CITAS:


- En la vida siempre necesitamos usar máscaras, pues nadie nos reconocería si nos presentásemos con el rostro desnudo.


- El absurdo es la sal de la vida.



UNIVERSOS - VOLUMEN II. CAPÍTULO XIX - VICTOR HUGO

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CAPÍTULO XIX

VICTOR HUGO

 

Victor Marie Hugo, prolífico escritor, dramaturgo, poeta, novelista, académico y político, considerado el máximo exponente del Romanticismo francés.

Besançon, 26-02-1802; París, 22-05-1885.

      Fue el menor de tres hermanos. Su infancia transcurrió en París, donde fue educado en escuelas privadas y con maestros particulares, y luego pasó varias temporadas en Italia y España, debido al trabajo de su padre, el general Joseph Léopold Sigisbert Hugo. Su madre era la pintora Sophie Françoise Trébuchet.

      Tenía apenas 15 años cuando la Academia Francesa premió uno de sus poemas, pero su ingreso al mundo literario ocurrió cinco años más tarde con Odes et poésies diverses, su primera obra poética.

Como dramaturgo obtuvo su primer gran éxito en 1830 con el estreno en la Comedia Francesa de su celebrada Hernani.

      Empezó entonces una época de notable producción literaria, que resultó en obras memorables especialmente en teatro y poesía:

      Teatro: Cromwell, Marion Delorme, Le Roi s’amuse, Lucrèce Borgia, Marie Tudor, Ruy Blas, Les Burgraves, Torquemada y Théâtre en liberté.

Novela: Bug-Jargal, Han d’Islande, Le Dernier Jour d’un condamné, Notre-Dame de Paris, Claude Gueux, Les Misérables, L’Homme qui rit y Quatrevingt-treize.

      Poesía: Odes et Ballades, Les Feuilles d’áutomne, Les Chants du crépuscule, Les Voixs intérieures, Les Rayons et les Ombres, Les Contemplations, L'Art d'être grand-père y Les Quatre Vents de l'esprit.

      La lista es larga, pero no podemos pasar por alto que además escribió ensayos, panfletos, cartas, cuadernos de viaje, textos filosóficos, discursos políticos y todavía le quedó tiempo para el dibujo, la fotografía y una destacada actividad política.

      El 12 de octubre de 1822 contrajo matrimonio con su amiga de la infancia, la biógrafa Adèle Julie Victoire Marie Foucher. Tuvieron cinco hijos, Léopold -fallecido poco antes de cumplir tres meses-, Léopoldine -fallecida trágicamente a los diecinueve años junto a su esposo Charles Vacquerie, poco más de seis meses después de su matrimonio, tras el naufragio de su barco en el río Sena-, Charles, François-Victor y Adèle.

      Hacia 1831, luego del nacimiento de su última hija, Adèle Foucher inició una relación con el crítico Charles Augustin Sainte Beuve, que se prolongó hasta 1837.

      En 1833, Victor Hugo conoce a la actriz de teatro Juliette Drouet (Julienne Josephine Gauvain), interpretando a la Princesa Negroni en la puesta en escena de Lucrèce Borgia.

      Juliette, de origen muy humilde, quedó huérfana desde muy niña y tuvo que pasar su infancia en un convento. En su adolescencia se había convertido en la modelo y amante del escultor James (Jean Jacques) Pradier. Tuvieron una hija, Claire.

      Juliette abandonó su carrera actoral para convertirse en la amante, secretaria, musa y compañera de viajes de Victor Hugo. Lo salvó de la venganza de Louis Napoleon Bonaparte huyendo con él a través de Bélgica, para terminar exiliados en las Islas del Canal, primero en Jersey y después en Guernesey. Se escribieron miles de cartas a lo largo de cincuenta años, en las cuales ella muestra también un gran talento para la escritura.

      Hacia 1870 Victor Hugo les explicaba a sus hijos su relación con Juliette, con estas palabras:

Ella me salvó la vida en diciembre de 1851 y por mi causa sufrió igualmente el exilio. Su alma jamás abandonó la mía. Que aquellos que me hayan querido, la amen y los que me hayan amado, la respeten. Es mi vida.

      Juliette murió en 1883 y está sepultada en el cementerio parisino de Saint-Mandé. De acuerdo con su última voluntad fueron grabadas en su tumba las últimas palabras de la carta que Victor Hugo le había escrito el 31 de diciembre de 1851:


Cuando yo no sea más que una ceniza helada,

cuando mis ojos fatigados se cierren a la luz del día,

di si en tu corazón se queda mi memoria:

El mundo tiene su pensamiento,

¡Yo, yo tenía su Amor!


En 1843 Victor Hugo conoció a la escritora, novelista, dramaturga y exploradora del Ártico Léonie Thévenot d'Aunet, casada desde mediados de 1840 con el pintor François Auguste Biard.

      Se hicieron amantes y en julio de 1845, fueron sorprendidos en un hotel parisino por el marido de Léonie, que denunció el adulterio, un delito en Francia.

      A Hugo lo salvó su inmunidad parlamentaria, pero ella fue enviada a la prisión de San Lázaro, y luego trasladada sucesivamente al Convento de las damas de Saint Michel y al Convento de las Agustinas, donde estuvo encerrada varios meses más.

      Aconsejada y ayudada por Adèle, la esposa de Victor Hugo, Léonie se aventuró por los meandros de la literatura. Se separó de Biard en 1855 y empezó a publicar en varios medios parisinos y a representar obras en teatros como La Porte Saint Martin.

      Léonie inspiró muchos de los poemas de Victor Hugo, y de su relación nos queda como testimonio una extensa correspondencia.

Otro de sus amores fue la célebre actriz de cine y teatro Sara Bernhardt, a quien conoció a su regreso del exilio tras la caída de Napoleón III, y eligió para protagonizar el reestreno de su obra Ruy Blas, que muchos consideran su mejor obra teatral.

      Con 76 años, el novelista comenzó una aventura con Blanche Lanvin, una joven de 20 años que trabajaba para la familia Hugo y era hija de unos amigos.

      Sus biógrafos concuerdan en que una apoplejía fue el límite para sus conquistas amorosas.

      En 1837 fue nombrado Oficial de la Orden de la Legión de Honor, en 1841 ingresó a la Academia Francesa, y en 1845 fue nombrado Par de Francia.

      En 1843, decepcionado por el fracaso de Les Burgraves, abandonó el teatro y empezó a interesarse cada vez más por la política. Fue nombrado par de Francia y apoyó a Luis Napoleón Bonaparte en las elecciones de 1848, pero sus críticas a la pobreza y a la ley Falloux, que regulaba la libertad de enseñanza, lo llevaron a distanciarse del partido conservador.

      En julio de 1851, tras denunciar las intenciones dictatoriales de Luis Napoleón, se exilió, como ya vimos, en Bélgica. Durante esos ocho años no publicó ninguna obra, pero escribió numerosos poemas y avanzó en la que luego sería su archifamosa novela Les Misérables.

Fueron casi veinte años de exilio, de los cuales pasó los últimos catorce en Hauteville-House, su refugio en Guernesey, colonia británica en el Canal de la Mancha, desde donde continuó sus denuncias contra las corruptelas del régimen conservador de su país. Entre tanto, escribió Les Châtiments, Dieu y La Légende des siècles, y terminó Les Misérables.

      Murió desencantado de la política, pero aclamado públicamente durante sus últimos años, con un enorme prestigio moral e intelectual, y celebrado como uno de los mayores poetas de Francia.

Sus restos reposan en el Panteón Nacional de París. Sobre su tumba solo se leen su nombre y fechas.

      Sus últimas palabras:

      Es el combate del día y de la noche… Veo luz negra. Adiós Jeanne, adiós.

El 2 de agosto de 1883, Victor Hugo había remitido en un sobre dirigido a Auguste Vacquerie, entre otras, las instrucciones siguientes, que reflejaban su última voluntad:

      “Dono cincuenta mil francos a los pobres. Deseo ser llevado al cementerio en su coche fúnebre. Rechazo la oración de todas las iglesias; pido una oración a todas las almas. Creo en Dios.”

      En la sede parisina de la Asamblea Nacional francesa hay un busto de Víctor Hugo con este extracto de su discurso en el Congreso de la Paz del 21 de agosto de 1849:

      Llegará un día en que ustedes todas, naciones del continente, sin perder sus cualidades distintivas y su gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea.


MAÑANA, AL ALBA - (Demain, dès l'aube).

(El poema, escrito en 1847, anuncia el viaje del poeta al cementerio de Villequier, en Normandía, para visitar y llevar flores a la tumba de Leopoldine. Recordemos que allí ocurrió la tragedia que acabó con la vida de su hija y la de su esposo):


Mañana, cuando el alba de blanco vista el campo,

partiré. Mira, niña, yo sé que tú me esperas.

Pasaré por el bosque. Cruzaré la montaña.

No puedo estar tan lejos de ti por tanto tiempo.


Iré, los ojos fijos sobre mis pensamientos,

sin mirar nada afuera, sin oír ningún ruido,

con las manos cruzadas, ignoto, el dorso curvo,

solo y triste, y mi día será como la noche.


No miraré ni el oro de la tarde que cae,

ni las velas lejanas que van hacia Halfleur,

y cuando haya llegado, pondré sobre tu tumba

ramilletes de acebos y de brezos en flor.


A VILLEQUIER. (La mayor parte del poema fue escrita en 1844, primer aniversario de la muerte de Leopoldine; en 1846 agregó cinco estrofas y el resto se completó en 1847):


Ahora que París, sus adoquines y sus mármoles,

y su bruma y sus techos están tan lejos de mis ojos;

ahora que estoy bajo las ramas de los árboles,

y puedo soñar con la belleza de los cielos;


ahora que salgo, pálido y victorioso,

del duelo que ha ensombrecido mi alma,

y que siento la paz de una gran naturaleza

que me llega al corazón;


ahora que puedo, sentado al borde de las olas,

conmovido por este soberbio y tranquilo horizonte,

examinar en mí las verdades profundas

y contemplar las flores sobre el césped;


ahora, ¡oh Dios mío!, que tengo esta calma inquietante

para ver con mis ojos

a partir de hoy, la piedra a cuya sombra

sé que ella duerme para siempre;


ahora que me conmueven estos espectáculos divinos,

llanuras, bosques, rocas, valles, ríos de plata,

viendo mi pequeñez y viendo tus milagros,

recobro mi razón ante la inmensidad;


vengo ante ti, Señor, Padre en quien hay que creer;

te traigo, lleno de paz,

los pedazos de este corazón lleno de tu gloria

que tú has destrozado;


vengo a ti, Señor, confesando que eres

bueno, clemente, indulgente y dulce, oh Dios viviente,

acepto que solo tú sabes lo que haces,

y que el hombre no es más que un junco asustado por el viento;


digo que la tumba que se cierra sobre los muertos

abre el firmamento;

y que lo que aquí abajo conocemos como el fin,

es el comienzo;


acepto de rodillas que tu solo, Padre augusto,

dominas el infinito, el tiempo, lo absoluto,

y acepto que es bueno, acepto que es justo

que mi corazón haya sangrado, porque Dios lo ha querido.


No me opongo a lo que me suceda

por tu voluntad.

El alma de pena en pena, el hombre de ribera en ribera,

rumbo a la eternidad.


No vemos más que un solo lado de las cosas;

el otro se hunde en la noche de un espantoso misterio.

El hombre sufre el yugo sin conocer las causas.

Todo lo que ve es inmediato, inútil y fugaz.


Siempre haces regresar la soledad

alrededor de todos sus pasos.

No has querido que tenga certidumbres

ni alegrías aquí abajo.


Cuando tiene un bien, la suerte se lo quita.

En sus fugaces días nada le ha sido dado

para que pueda construir una morada y decir:

Esta es mi casa, mi campo y mis amores.


Por un tiempo debe ver todo lo que sus ojos ven;

envejece sin apoyos.

Si las cosas son así, es porque deben ser así;

lo acepto, lo acepto.


El mundo es sombrío, ¡oh Dios! La inmutable armonía

tiene tanto de lágrimas como de cantos;

el hombre no es más que un átomo en esta sombra infinita,

noche donde el bien crece, donde la maldad cae.


Sé que tienes mucho más por hacer

que lamentarte por nosotros,

y que un infante que ha muerto ante el desespero de su madre,

no es nada para ti.


Sé que el fruto cae por el viento que lo sacude,

que el pájaro pierde su plumaje y la flor su perfume;

que la creación es una enorme rueda

que no puede moverse sin aplastar a alguien;


los meses, los días, las olas de los mares, los ojos que lloran,

pasan bajo el cielo azul;

es necesario que la hierba crezca y que los niños mueran,

yo lo sé, ¡oh Dios mío!


En tus cielos, más allá de la esfera de las nubes,

al fondo de ese azul inmóvil y dormido,

tal vez estés haciendo cosas desconocidas

donde sea el dolor del hombre un ingrediente.


Tal vez sea útil a tus designios sin nombre

que los seres hermosos

se vayan, llevados por el oscuro torbellino

de los negros acontecimientos.


Nuestros destinos tenebrosos se rigen por las leyes sagradas

a las que nada perturba y nada toca.

No puedes tener clemencias súbitas

que trastornen el mundo, oh Dios, tranquilo espíritu.


Te suplico, oh Dios, que mires a mi alma,

y consideres

que humilde como un niño y dulce como una mujer,

vengo a adorarte.


Considera también cómo, desde la aurora,

trabajé, combatí, pensé, luché,

explicando la naturaleza al hombre que la ignora,

aclarando las cosas con tu claridad,


que he enfrentado el odio y la cólera,

que he hecho mi labor aquí abajo,

que no puedo esperar este salario,

que no puedo


prever que tú también, sobre mi cabeza que se inclina,

haces más pesado tu brazo triunfante,

y que tú, que ves cómo tengo un poco de alegría,

te hayas vuelto a llevar tan rápido a mi niña;


que un alma herida así está sujeta a lamentarse,

que he podido blasfemar,

y lanzarte mis gritos como un niño que lanza

una piedra en el mar.


Considera que se duda, oh Dios, cuando se sufre,

que el ojo que llora mucho termina por cegarse,

que quien sumerge su duelo en lo más negro del abismo,

si no te ve más, no te puede contemplar,

 

y que no es posible que el hombre, cuando se hunde

entre las aflicciones,

tenga presente en su espíritu, la discreta serenidad

de las constelaciones.


Hoy, yo que fui débil como una madre,

me inclino a tus pies delante de tus cielos abiertos.

En mi dolor amargo me siento iluminado

por una mejor visión del universo.


Señor, reconozco que el hombre es un demente

si se atreve a murmurar;

no vuelvo a juzgar, no vuelvo a maldecir,

¡pero déjame llorar!


¡Ay! Deja que las lágrimas caigan de mis ojos,

puesto que has hecho a los hombres para eso.

Déjame inclinar sobre esta piedra fría

y decirle a mi hija: ¿Sientes que estoy aquí?


Déjame hablarle, inclinado sobre sus cenizas,

al atardecer, cuando todo es silencio,

como si, en su noche, volviendo a abrir sus ojos celestiales,

este ángel me escuchase.


¡Ay! Contemplando el pasado con mirada de envidia,

sin que nadie aquí abajo me pueda consolar,

miro siempre ese momento de mi vida

en que la veo abrir sus alas y volar.


Yo miraré ese instante hasta que muera,

el instante, ¡no hacen falta las lágrimas!

donde grité: La criatura que tuve hace un momento--

¿Entonces, qué? - ¡Ya no la tengo más!


No te irrites como yo de este modo,

¡oh, Dios mío! Esta herida ha sangrado mucho tiempo.

La angustia de mi alma es siempre la más fuerte,

y mi corazón es sumiso, pero no resignado.


¡No te irrites! Las frentes que el dolor reclama,

mortales motivos de lágrimas,

nos hacen difícil separar nuestra alma

de estos grandes dolores.


Ves que nos son indispensables nuestros niños,

Señor, cuando hemos visto en su vida, un mañana

en medio de estrecheces, de penas, de miserias,

y de la sombra que sobre nosotros traza nuestro destino.


La aparición de un infante, cabeza querida y sagrada,

pequeño ser alegre,

es tan hermosa, que uno cree ver que se abre a su paso

una puerta en los cielos.


Cuando se ha visto, por diez y seis años,

crecer la gracia amable y la dulce razón de ese otro yo,

cuando se ha reconocido que ese niño que se ama

ilumina nuestra alma y nuestra casa,


que es aquí abajo la única alegría perdurable

entre todas las que hemos soñado,

¡piensa que es algo muy triste

contemplar que se va!



LA TUMBA Y LA ROSA (Las voces interiores).

(Le tombe dit à la rose. Les voix intérieures).


La tumba dijo a la rosa:

-- Te riega el alba con llanto,

¿qué lo haces, flor de amores? 


La rosa dijo a la tumba:         

-- ¿Qué haces tú con lo que cae                    

a tu abismo siempre abierto?


Dice la rosa: -- Gris tumba,              

de esas lágrimas yo hago

de ámbar y miel un perfume.


Dice la tumba: -- Flor mustia,

por un alma que aquí traigo

un ángel al cielo sube.



CANTOS DEL CREPÚSCULO. (Les chants du crépuscule)

XXXIII

DANS L’ÉGLISE DE ***

VI


¡Oh señora! ¿por qué te sigue este dolor?

¿por qué llorar de nuevo,

mujer encantadora, sombría cual la noche,

dulce como la aurora?


¿Qué importa que la vida, desigual aquí abajo

para hombres y mujeres,

se escape y esté a punto de romperse a tus pies?

¿No te queda tu alma?


Tu alma que muy pronto puede huir a otra parte

hacia regiones puras,

te llevará muy lejos de toda nuestra angustia,

¡lejos de nuestras quejas!

 

Aprende de ese pájaro que se posa un instante

sobre frágiles ramas,

y siente que se doblan, y sin embargo canta,

¡sabiendo que tiene alas!


CITAS:


- La pena de muerte es el signo especial y eterno de la barbarie.

 

- Quiero ser Chateaubriand o nada. (En su diario, a los catorce años).